🇪🇸 Testimonio / 🇬🇧 Testimony / 🇵🇹 Testemunho

Por Isabel S. de Pereira das Neves

Ocurrió en Uruguay, una fría noche de mayo de 2006. Mi esposo era el pastor de la 2ª iglesia apostólica en Montevideo. Llegamos al santuario para el servicio de oración y fuimos al altar donde algunos hermanos ya se encontraban orando.

La aflicción había arreciado en las últimas semanas. La noche anterior, llegando a la casa y con nuestros hijos durmiendo en el asiento posterior, nos quedamos un largo rato hablando acerca de las muchas dificultades que estábamos atravesando aquellos días. De pronto, mi esposo y yo estábamos dentro del carro clamando al Señor con lágrimas, inquiriendo con qué propósito estaba Él permitiendo todo aquello en nuestra vida...

Mi esposo caminó hacia su silla, se sentó y abrió la Biblia en Isaías capítulo 43. Iba a leer cuando se le acercó un hermano diciéndole que en la puerta de la iglesia había alguien preguntando por él. El hombre tendría unos 30 años, una sonrisa muy blanca, un elegante traje, y hablaba en portugués. Mi esposo entiende este idioma gracias a sus orígenes brasileños, y pudo saber que se trataba de un pastor de Sao Paulo, Brasil, que venía de Buenos Aires, donde había asistido a una convención.

El ministro le contó a mi esposo que el día anterior estaba por subir al avión que lo llevaría de Buenos Aires a casa cuando oyó que el Señor le decía: "No lo abordes; vete a Montevideo". Fue extraño para él, pues nunca había estado en Uruguay y no había una razón aparente para ir allá; pero aún así decidió obedecer. Salió del aeropuerto, atravesó la ciudad y se subió al primer bus que consiguió. Luego de ocho horas de viaje llegó a la capital uruguaya, sin conocer todavía para qué estaba allí. Ya en una habitación de un hotel cercano a la terminal "Tres Cruces" volvió a escuchar la voz del Señor que le dijo: “Reyles”.

Fue sólo una palabra, así que preguntó en el hotel y se enteró de que Reyles era el nombre de una calle de la ciudad. Se dirigió resueltamente hacia esa calle en un taxi. Pidió bajarse en una esquina al azar, en medio de gente que caminaba y preguntándose qué sucedería a continuación. Fue cuando alzó su mirada y una emoción le inundó: justo enfrente había un cartel de la Asamblea Apostólica. Y por tercera vez la voz del Señor que le dijo: "cruza la calle y háblale a mi siervo".

El varón de Dios entró en la iglesia, todavía sin saber qué debía decir. Mi esposo caminó hacia el desconocido, quien le estrechó la mano y abrió su Biblia… en Isaías 43. Entonces, con cada versículo, empezó a declarar el mensaje que Dios le daba por su Espíritu en ese momento, y mientras hablaba, respondía cada pregunta que mi esposo y yo habíamos hecho al Señor la noche anterior. Era como si aquel hombre hubiese estado sentado con nosotros en el carro, escuchando nuestra oración. Sabía de nuestros problemas, sufrimientos y temores, con toda exactitud...

Varios hermanos que habían llegado para el servicio escuchaban atentos sus palabras, y aunque no entendían muy bien lo que decía, comprendieron que era Jesús mismo hablándonos. Antes de marcharse, el varón de Dios nos pidió que orásemos, e intercedió por mi esposo y por mí con mucha pasión. Se tomó una fotografía junto a nosotros, nos abrazó y partió solo. No quiso que lo lleváramos al hotel.

Nunca olvidaremos aquel mensaje en que Dios dijo que después de ser probados por un tiempo más, seríamos llevados a un nuevo nivel y guiados a ganar muchas almas para Su Reino, formando una gran congregación. Algunos meses antes, mientras descansaba, el Señor me había mostrado en visión aquella congregación. Eran cientos y cientos de hermanos alabando a Dios, y sobre la plataforma del auditorio un equipo de alabanza ungido, que ministraba mientras la gente recibía milagros y el bautismo del Espíritu Santo. Esa misma noche un ministro de Estados Unidos recibió idéntica visión y enseguida nos escribió por correo electrónico para contárnosla. Qué sorpresa la suya cuando se enteró de que nosotros ya la conocíamos. ¡Aleluya!

Durante dos años pensamos que aquella visión y el mensaje posterior se cumplirían en nuestro pastorado en Montevideo. Pero en septiembre de 2008 el Director de Misiones Internacionales de nuestra iglesia, Obispo Arturo Espinosa, estuvo unos días en Uruguay impartiendo un seminario al liderazgo, y poco antes de marcharse se reunió con nosotros para informarnos que habíamos sido designados como misioneros de la Asamblea Apostólica en la República de Colombia.

Muchas personas nos han preguntado si sentimos temor de vivir en un país amenazado por la guerrilla y el narcotráfico. Pero el Señor siempre nos recuerda la palabra profética dada aquella noche en el servicio de oración:

“…No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú. Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti. Porque yo Jehová, Dios tuyo, el Santo de Israel, soy tu Salvador…” Isaías 43.1-3.

Mientras escribo este testimonio se llena mi alma de gozo y gratitud a Jesús por su amor maravilloso. Nosotros creímos con todo nuestro corazón en la palabra que nos dejó su mensajero. Aquellas palabras de victoria nos han fortalecido cada día para continuar peleando la batalla de la fe. La total certeza de que estamos en el lugar donde Dios nos quiere, nos levanta ante cada dificultad. Él nos preparó para servir en Colombia; Él estuvo y seguirá estando con nosotros cada día, cumpliendo todas sus promesas que nos hizo, porque grande es su fidelidad.

¡Muchas gracias Señor!

A la derecha de mi esposo, el mensajero que Dios nos envió el día 31 de mayo de 2006.